martes, 7 de enero de 2014

El Papa, Dostoievski y el Gran Inquisidor

EL CORREO -Opinión-
19.07.13
El Papa, Dostoievski y el Gran Inquisidor

El pasado 13 de marzo ‘La Nación Argentina’ publicaba un artículo titulado ‘Bergoglio, amante de Dostoievski, Borges, el tango y el fútbol’. Al tiempo que confesaba ser un apasionado de Dostoievski, no extraña que un argentino lea a Borges y le guste el tango y el fútbol, y sea forofo del San Lorenzo de Almagro. Pero desde ahora habrá que poner la justicia arbitral de la liga argentina en entredicho, porque si comienza a ganarla su equipo algunos malpensados van a sospechar que hay ‘tongo divino’.

Stefan Zweig consideró a Dostoievski «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Su obra refleja también al hombre y a la sociedad de hoy en día. Lo que escandaliza y duele es que un Papa se declare seguidor de Dostoievski. Si el gran escritor ruso levantara la cabeza se escandalizaría él también, se ofendería y se sentiría humillado y manipulado. No es comprensible ni aceptable que ningún Papa romano diga admirar y amar al que es uno de los mejores escritores de la historia, cuando el gran y verdadero cristiano que fue Dostoievski sentía un visceral desprecio por el Papado, del que opinaba que era «una gran inquina».

Los sentimientos de Dostoievski («Si Dios no existiera todo estaría permitido ») hacia la versión oficial del catolicismo romano quedan reflejados en el que muchos eruditos han reconocido como el punto culminante de su novela ‘Los Hermanos Karamazov’, el episodio de ‘El Gran Inquisidor’, del que el mismo Freud afirmó que representa una de las cumbres de la literatura universal. El relato es mucho más que una denuncia de la Iglesia de Roma, a la que muestra como especialmente hipócrita y malévola.

En ese corto texto el genio del escritor ruso toma partido por Cristo, directamente y sin mediadores, frente a los cristianos que lo niegan. Resumidamente: la acción se desarrolla en Sevilla durante la Inquisición, cuando a diario se encendían las piras y «en magníficos autos de fe se quemaban horrendos herejes». Jesucristo aparece allí en ese momento. Lo hace cuando en la víspera el cardenal Gran Inquisidor y nuncio de Su Santidad en España, identificado en la novela con el mismísimo diablo, aún está exaltado por la orgiástica experiencia del día anterior cuando había hecho quemar un centenar de herejes «ad maiorem gloriam Dei». 

El inquisidor reconoce a Jesús al instante y hace que lo detengan y lleven arrestado al Santo Oficio. «La gente se alegra de verse conducida como un rebaño», le dice el Inquisidor a Jesús. «La gente se alegra de que les hayamos quitado encima ese don, la libertad, que tantos tormentos ha acarreado. ¿Sabes por qué hemos hecho eso? Por amor a la humanidad. La hemos visto tan flaca flaca y desvalida, que hemos decidido aligerar su carga. Sin Ti» –explica el nuncio de Su Santidad al ser de la conciencia y mente divinas–. 

El regreso del Maestro tiene como consecuencia que todo poder vuelve a Él, por lo que el papel de la Iglesia queda automáticamente relegado, algo que el Gran Inquisidor no está dispuesto a tolerar. Acaba el falso representante de Cristo en la tierra: «Pues si ha habido alguien que ha merecido nuestra hoguera más que nadie, eres tú. Mañana te quemaré. Dixi (‘he dicho’)».

A muchos les escandalizará el tema por sus tremendas implicaciones. Porque lo que hace en realidad este texto universal es poner patas arriba toda la historia religiosa de la civilización
occidental. No es que Dostoievski rechace el cristianismo, ¡todo lo contrario!, rechaza el catolicismo romano, el Papado y su historial, de ahí lo revolucionario. Dostoievski sigue aCristo, punto, dejando fuera de toda duda su fortísimo sentimiento antipapal en ese capítulo. 

Y no es el único que lo hace.Otros gigantes del espíritu y grandes cristianos (Tolstoi, Kierkegaard, HermannHesse, Panikkar, etc., los cristianos esotéricos) han tomado el mismo posicionamiento de Dostoievski.Ya estos sí que por sus hechos se les conoce, no por sus vestimentas, irrisorios actos públicos o gestos y palabrería vacía de sentido del catolicismo exotérico, el oficial.

Para comprender estas aparentes paradojas ayuda el distinguir tres conceptos distintos que habitualmente se confunden: el cristianismo (una religión), la cristiandad (una civilización) y la ‘cristianía’ (el seguimiento directo del pensamiento, mente y espíritu del fundador del cristianismo). Y los tres conceptos son contradictorios y se contraponen en todo. Hasta pueden ser enemigos.

Estas paradójicas consideraciones son un alimento, aunque polémico, para la mente y la conciencia, al menos para las de los que se atrevan a vivir por y desde sí mismos, que no suelen ser mayoría. La fe ciega es algo mucho más cómodo, se delega la responsabilidad, la conciencia e incluso el alma en otros, y punto. Hay dos elecciones: un cristiano sigue a Dostoievski y a su cristianismo anímico y profundo, el de almas solitarias a la intemperie, o al Papado romano.

No hay medias tintas. El que no está conmigo está contra mí. Aunque a partir de ahora es de esperar que no sea totalmente imposible seguir a los dos a la vez. Difícil, aunque no imposible. Pero para ello la Iglesia oficial tendría que dejar atrás y enterrar muchas cosas, entre ellas dogmas trasnochados, prejuicios medievales, sadomasoquismos vergonzosos y primitivismos, aparte de la soberbia, la hipocresía y otros pecados capitales innombrables así como tantas pompas y vanidades. Y pedir perdón a la humanidad por el inconmensurable sufrimiento y daño innecesario que le ha ocasionado a lo largo de la historia.

Ahora, mejor que nunca con anterioridad, se debe decir aquello de ‘renovarse omorir’. Aunque
el catolicismo actual, en plena y profunda crisis, ya estámuy cerca de lo segundo. Y por méritos propios.O como alguien muy incomprendido dijo hace 2.000 años, «el que quiera entender que entienda». Papa Francisco, en sus manos muchos millones de seres encomiendan su espíritu.

Aunque, tal vez, no todos.

Salvador Harguindey