domingo, 8 de enero de 2012

Políticos y reinados: ¿de profesión o de vocación?

Si algo de positivo ha traído la crisis actual es que ha obligado a la sociedad a abrir los ojos y darse cuenta de la mediocridad e incapacidad que domina a la clase política para resolver los problemas más acuciantes. Además de que han sido los políticos, con la inestimable ayuda de la banca, los responsables directos de originarlos. También es sabido que los grandes problemas nunca pueden ser resueltos al mismo nivel de pensamiento con el que se crearon. Así, El País publicó hace tiempo un artículo en el cual se cuestionaba la necesidad de la existencia de la figura del político profesional, ese individuo que se gana la vida, y demasiado bien por cierto, de su actividad. Nada parece haber cambiado desde que Einstein dijese que el destino de las naciones no debe dejarse inevitablemente en manos de los irresponsables dueños del poder político, añadiendo al efecto que en lo que se refiere a intelecto y moralidad no puede considerárseles una representación del sector más avanzado.

En un mundo tecnológico en que el único y poderosísimo dios que sobrevive para dictar los destinos de la humanidad es el dinero, el rampante narcisismo queda como el último bastión de la personalidad para evitar su astillamiento y desmoronamiento final (Wilber). Lo más sabio entonces sería que las personas que representen a sus sociedades fuesen aquellas que estén de vuelta de las ambiciones que mayormente ansía el hombre moderno: dinero, fama, poder y egocentrismo, seres autorrealizados cuyos valores y evolución personal ya han ascendido a un estadio superior de conciencia, una integradora, compasiva, generosa y empática, desde la cual la vocación de ser útil destrone toda intención y ambición de autoservilismo, muchas veces disimulado bajo la tantas veces hipócrita bandera de cualquier ideología dualista, sea de derechas o de izquierdas. Por ello, en estos momentos, en vez de esa seudoreligión de la política profesional, lo que la sociedad necesita son políticos que sientan una llamada vocacional hacia una política integral y ambidextra que además consiga enterrar para siempre esa trasnochada rémora psicosocial de “las dos Españas”, relegando al olvido toda división confrontadora derechas-izquierdas, que tan poco, si algo, significa ya.

También parece fundamental no dar otra oportunidad a que se repitan algunos archiconocidos errores, como los que recientemente hicieron ministros y ministras a seres ineducados, bastos, incultos y con una más que deficiente preparación intelectual, cultural y moral, pero tampoco a seres con consciencias narcisistas, egocéntricas, pedantes y megalomaníacas, de lo que presunta y presuntuosamente hace gala habitualmente algún ex-presidente del gobierno. Desde la vorágine de la crisis no queda otro remedio que preguntarse: ¿cómo se atreven esos parlamentarios a reír en público ni una sola vez? ¿No nos están diciendo claramente sus continuas actitudes que es hora de dar paso a las mejores y más serias personas entre aquellas cuyas trayectorias individuales hayan demostrado todo lo que tenían que demostrar en sus respectivos campos y vidas, sean quienes sean y vengan de donde vengan? Unos pocos que no necesiten ni más dinero ni fama ni poder ni inflar más sus egos. Únicamente a modo de ejemplo, uno se imagina con alegría y esperanza un presidente con un nivel de conciencia como la del recientemente fallecido Václav Havel, un ministro de sanidad tipo Valentín Fuster, alguien en economía del calibre creativo de un Florentino Pérez o un rejuvenecido Jose Luis Sampedro, un ministerio de cultura perteneciente a esa nueva culturización superior de un Salvador Pániker o un Ken Wilber a la española, alguien en educación o exteriores tipo Mayor Zaragoza, en deportes de la categoría personal de un Rafa Nadal o un Del Bosque, etc. Eso si dicho tipo de de personas aceptase, lo cual es muy dudoso.

Vivimos en un mundo lleno de conflictos y paradojas aparentemente insolubles, donde, y porque, la superficialidad y la estupidez imperan. Decía Ortega que los conflictos y la violencia provienen de mezclar diferentes estadios de conciencia, lo que hoy se observa en todas las facetas de la vida, desde en las relaciones personales y sociales a la familia y la política. Los más evolucionados, aquellos cuyas intenciones y valores les permiten moverse por encima de todo interés personal y egoísta, y cuyas motivaciones están a nivel de la empatía, la generosidad, la inteligencia, la sabiduría y la compasión universal, y esta última no sólo por los semejantes, sino por todos los seres vivos, al poder. Seguro que además irían de la mano de un Leonardo da Vinci cuando dice que un día los seres humanos se darán cuenta de que torturar y matar a un animal y hacerlo con un hombre es exactamente lo mismo, y de la de Gandhi cuando enseña que a una sociedad se la conoce por la forma en la que trata a sus animales. Suena paradójico también, así como incongruente y de difícil mezcla, que un rey disfrute de la caza mayor, cuando no de esa barbarie cuyas leyes no escritas representan la crueldad más inimaginable como son las monterías, mientras que su reina defiende amorosamente diversas sociedades protectoras de animales. Y es que en general es la superación de estas escandalosas rupturas psicoespirituales, bloqueos y conflictos evolutivos lo que impide el tan necesario y anunciado cambio. No es tan importante que un rey se vaya a cazar a Bostwana o a la Conchinchina como lo sería el que diese ejemplo de plena humanidad y compasión, y si no exigirle aquello de que “nobleza obliga”. No se entiende que ningún espíritu humano elevado sea capaz de disfrutar practicando una sanguinaria caza mayor, e incluso defender la innegable crueldad de las corridas de toros, como un Vargas Llosa o un Sánchez Dragó, esa alternativa moderna a los primitivos y sedientos de sangre espectadores del circo romano. Mucho mejor sería seguir los sabios consejos dirigidos a estimular la elevación espiritual, sabiduría e indiscriminada bondad de los reyes de todos los tiempos según enseña el libro “Wen Tzu” (Editorial Edaf). Nunca es tarde para casi nada, salvo para algunas situaciones críticas para las que mañana es siempre demasiado tarde. En resumen: la naturaleza del problema es de evolución, de ascenso, personal y social, no de revolución. Mientras tanto, la sociedad, y el mundo entero, seguirán teniendo lo que la sociedad y el mundo merecen.  


Artículo publicado originalmente el 19 de Junio en el periódico El Correo, edición nacional y el Diario Vasco.